sábado, 26 de febrero de 2011

¿Quién me Necesita?


Recibí una llamada telefónica de un buen amigo, que me alegró mucho. Lo primero que me preguntó fue:

- ¿Cómo estás?

Sin saber porqué le contesté:

- Muy solo.

- ¿Quieres que hablemos?


L e respondí que sí y añadió:

- ¿Quieres que vaya a tu casa?

Dije que sí. Colgamos el teléfono y en menos de quince minutos estaba tocando a mi puerta. Yo hablé por horas de todo: mi trabajo, mi familia, mi novia, mis deudas; él atento siempre me escuchó. En esas se nos hizo de día. Yo estaba agotado mentalmente; me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, me apoyara y me hiciera ver mis errores. Cuando él notó que ya me encontraba mejor, me dijo:

- Bueno, me voy, tengo que trabajar.


Sorprendido le dije:
- ¿Por qué no me habías dicho que tenía que ir a trabajar? Mira la hora que es. No dormiste nada, te quité toda la noche.

Él sonrió y me dijo:

- No hay problema, para eso estamos los amigos.

Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé a la puerta de mi casa y cuando caminaba hacia su automóvil, le grité desde lejos:

- Y a todo esto, ¿Por qué llamaste anoche tan tarde?

Regresó y me dijo en voz baja:

- Quería darte una noticia.
- ¿Qué pasó ? – Le pregunté
- Fui al doctor y me dijo que estoy gravemente enfermo.

Yo me quedé mudo. Él sonrió de nuevo y agregó:

- Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día.

Pasó un largo rato hasta que pude asimilar la situación, y me pregunté una y otra vez: ¿Por qué cuando me preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí? ¿Cómo tuvo la fuerza para sonreírme, darme ánimos y decirme todo lo que me dijo? Esto es increíble.

Desde entonces mi vida ha cambiado: ahora soy menos dramático con mis problemas y disfruto más de las cosas buenas. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.
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miércoles, 2 de febrero de 2011

La Perfección de Dios

En Brooklyn, New York, hay una escuela para niños de lento aprendizaje. Algunos pasan ahí la totalidad de su vida escolar, mientras que otros son enviados a escuelas convencionales. En una cena que tuvo lugar en la escuela, el padre de Robert, uno de estos niños, dio un discurso que jamás podrán olvidar quienes lo escucharon.

“¿Dónde está la perfección en mi hijo Robert? Toda la obra de Dios está hecha a la perfección. Pero mi niño no puede entender cosas que otros niños entienden. Mi niño no puede recordar hechos y figuras que otros niños recuerdan. ¿Dónde está pues la perfección de Dios? “

La audiencia quedó atónita ante esta pregunta, formulada por un hombre que se veía angustiado. “Yo creo – continuo – que cuando Dios permite que vengan al mundo niños así, su perfección radica en la forma como los demás reaccionan ante ellos”.

Luego contó una historia acerca de su hijo. Una tarde, los dos caminaban por un parque donde un grupo de niños estaba jugando béisbol. “¿Crees que me dejaran jugar?”, preguntó Robert. El sabía que su hijo no era un atleta y que los demás no lo querrían en su equipo, pero entendió que le llamaba la atención participar en el juego porque estaba seguro de ser como todos los demás.

El padre llamó a uno de los niños y le preguntó si Robert podía jugar. El miró a sus compañeros de equipo y, al no obtener ninguna respuesta, tomó la decisión: “Estamos perdiendo por seis carreras y el juego está en la octava carrera. No veo inconveniente. Creo que puede estar en nuestro equipo, y trataremos de ponerlo al bate en la novena carrera.”

El señor quedó boquiabierto con la respuesta, y Robert sonrió. Quería que lo pusieran en una base; así dejaría de jugar en corto tiempo, justo al final de la octava carrera. Pero los niños hicieron caso omiso de ello. El juego se estaba poniendo bueno, el equipo de Robert anotó de nuevo y ahora estaba con dos outs y las bases llenas. El mejor jugador iba corriendo a base, y Robert estaba preparado para empezar.

¿Dejaría el equipo que Robert fuera al bate, arriesgando la oportunidad de ganar el juego? Sorpresivamente, Robert estaba al bate. Todos pensaron que ese era el fin, pues ni siquiera sabía tomarlo. De cualquier forma, cuando Robert estaba parado en el plato, el pitcher se movió algunos pasos para lanzar la pelota suavemente, de forma que el niño al menos pudiera hacer contacto con ella. Robert falló. Entonces, uno de sus compañeros de equipo se acercó a él y le ayudó a sostener el bate. El pitcher dio unos pasos y lanzó suavemente. Robert y su compañero le dieron a la pelota, que regresó inmediatamente a manos del pitcher. Este podía lanzar la pelota a primera base, ponchando a Robert y sacándolo del juego. En vez de eso, la lanzó lo más lejos que pudo de primera base. Todos empezaron a gritar: “! Robert, corre a primera, corre a primera base!” El nunca había corrido a primera base, pero todos le indicaban hacia dónde debía hacerlo.

Mientras Robert corría, un jugador del otro equipo tenía ya la bola en sus manos. Podía lanzarla a segunda base, dejando por fuera a Robert, pero entendió las intenciones del pitcher y la lanzó bien alto, lejos de la segunda base. Todos gritaron: “!corre a segunda, corre a segunda base!” Robert corrió, y otros niños corrían a su lado y le daban ánimos para continuar.

Cuando Robert tocó la segunda base, el del otro equipo paró de correr hacia él, le mostró la tercera base y le gritó: “!corre a tercera!” Conforme corría a tercera, los niños de los dos equipos iban corriendo junto a él, gritando todos a una sola voz: “! Robert, corre a cuarta!” Robert corrió a cuarta y paró justo en el plato de home, donde los dieciocho niños lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe: había hecho una gran carrera, había ganado el juego por su equipo.

“Aquel día – dijo el padre de Robert, con lágrimas rodando por sus mejillas-, esos dieciocho niños mostraron con un gran nivel la perfección de Dios”

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